domingo, 29 de enero de 2017

Tribuna Libre: Cabarceno


El pasado verano, visité junto a mis nietos el Parque de la Naturaleza de Cabárceno. No necesito reseñar la maravilla que es este enclave. Mi nieto mayor entusiasmado con la cantidad y variedad de animales, algunos de los cuales se acercaban a la valla, en actitud amistosa... El pequeño pasaba lista... "otro, otro, otro..." Un día estupendo de sol , familia y naturaleza, para no olvidar.
En fin, una de las muchas maravillas que tenemos en nuestra Cantabria Infinita, donde "Un instante es para siempre", eslóganes que deberían pasar a ser distintivo de nuestra región.
Vamos con las críticas -siempre con ánimo constructivo-. Cuando fui a preguntar a una Oficina de Turismo de nuestra Consejería las condiciones de entrada, a principios de agosto, se me indicó "Si va este mes, es más barato, porque desde Septiembre, será más caro por el teleférico"
Uno de los principios generales del comercio es que "caro" es una palabra prohibida para el vendedor. Así se lo intenté hacer ver a la señorita que -amablemente- me atendía, con la explicación de "mejor dígame usted que la visita es una maravilla, pero que el próximo mes, por poco más, se incluirá un paseo aéreo sobre el parque"
No sólo hay que informar. Hay que vender y convencer. Al visitante no le importan las diferencias de criterio político. Cuando viajamos, pagamos lo que se nos pide. Quedamos satisfechos cuando la visita merece la pena. Y el precio, se nos olvida a la vuelta de la esquina.
No me sorprende, porque estoy acostumbrado, pero me indigna, que el famoso teleférico haya estado parado un mes pendiente de la firma de un funcionario de una administración inferior. Montañas de legislación, para que una instalación en perfecto funcionamiento tenga que estar parada esperando un papel. 
Desgraciadamente digo que no me sorprende porque en mi extensa experiencia laboral -siempre en la empresa privada- he sufrido (en silencio, que remedio) este sinsentido. Era un sinsentido la primera vez que tropecé con él a principios de los años ochenta (que por cierto, se agilizó con un par de botellas de vino y una caja de langostinos). 
Seguía siendo cuando en el año 2000, en una capital española, estuvimos esperando SEIS meses una licencia de obra, quince días la licencia de apertura, una semana la visita de la Inspección de Industria, cajas de bombones dejadas caer estratégicamente, aparte. Una inversión de CIEN MILLONES de pesetas esperando el papeleo... 
Luego nos hablan de emprendimiento, de facilidades a la inversión, de administración electrónica, de ventanilla única... Si no son capaces de agilizar la obra pública, como se van a ocupar de los problemas de la empresa privada. Hay otros modos de gestionar los tiempos de las licencias. Viajen, miren, pregunten y aprendan.
Para terminar, que ya dice Don Quijote: "se breve en tus razonamientos, que ninguno es gustoso si es largo", parece que olvidamos quien fue el ideólogo y ejecutor de esta maravilla natural: el presidente D. Juan Hormaechea. ¿No merece una placa de reconocimiento, divisable desde el automóvil, a la entrada del parque?

Serafin Fernández Villazón de la Sociedad Cántabra de Escritores 

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